La segunda nota/ensayo que mencionaba en la primera entrada, es la que escribió la Teresa Mira de Echeverria del Centro de Ciencia Ficción y Filosofía (CCFF) y que desde que lo publicó en la Lista de Correo, ha sido uno de los dos mejores texto que he leido sobre el tema. Otra vez, la gentileza de la autora me permite republicarlo en este medio.
Una Muerte
Por Teresa Mira de Echeverria (Dra. en filosofía)
Centro de Ciencia Ficción y Filosofía
Respecto del cuento “Una muerte” de H. G. Oesterheld y a instancias de Mariano (a quien le agradezco así no sólo su interés en mi modesto análisis, sino la oportunidad de peroratear un rato con excusa) les cuento un poco el contexto en el que trabajamos el cuento.
Fueron una serie de clases, brindadas unos años atrás en el CEA, cuya temática era, justamente, "El Cuento". En aquella oportunidad me convocaron para dar dos clases sobre el cuento de ciencia ficción (a través de la Fundación Vocación Humana a la que pertenece el CCFF —Centro de Ciencia Ficción y Filosofía— que yo dirijo), y como el resto de los profesores trabajaban con autores argentinos, decidí continuar la misma línea.
En la primera clase (además de una introducción somera a la CF mundial para un público no sólo no especializado sino incluso totalmente ajeno a la temática) trabajamos sobre Angélica Gorodischer y para eso leímos y analizamos el cuento “Bajo las jubeas en flor”.
La segunda clase (previa introducción a la CF argentina) nos dedicamos de lleno a Héctor Germán Oesterheld y para ello trabajamos el cuento “Una muerte”.
Por empezar los dos cuentos fueron elegidos a propósito en esa secuencia, sucede que se trata de dos ejemplos de temáticas estructuralmente encadenadas.
El cuento de la Gorodischer juega con las ideas de VIDA, MUERTE, LOCURA y CORDURA, dentro del marco de un LABERINTO ESPACIAL.
Con Oesterheld pasa otro tanto, si se amplía el contexto a un tridente: Exilio-Una muerte-El Eternauta; entonces sí se completa el mismo derrotero de VIDA, MUERTE (Una Muerte)-LOCURA y CORDURA (Exilio) y el marco de un LABERINTO TEMPORAL (El Eternauta).
Sucede que, como el cuento puede parangonarse con la obra magna de HGO y verse como un reverso especular exacto de “Exilio” trabajamos los tres en paralelo.
“Exilio” habla de la muerte de un misterioso ser —presumiblemente un humano, ya que los “ojos con agua” que causan tanta hilaridad a los extraterrestres, son los mismos que el amigo del Jon encuentra en “el Currinche” (el pajarero de “Una muerte”) cuyos ojos tenían algo de “charco de agua quieta”—. Esta muerte del humano se produce en el planeta Gelo, exactamente el mismo planeta al que pertenece el «Mano-Jon» de “Una muerte”.
Es decir, se da la misma situación en ambos cuentos, pero de forma invertida: En “Exilio” muere un terráqueo en Gelo; en “Una muerte” muere un gelano en la Tierra.
Sin embargo, a la incomprensión de los extraterrestres hacia el exiliado se le opone la comprensión (visceral si no racional) del viejo pajarero.
La mano extraña y el ansia por un pájaro son, sin duda alguna, aspectos precursores de los Manos. Así que nos abocamos a rescatar los pasajes centrales de la «psicología Mano» del cuento y de El Eternauta.
Por empezar, los Manos se presentan como seres traicionados en su propia intimidad: seres artísticos, consagrados a la creación y al goce de la belleza (y, sobre todo, a encontrar belleza en cada rincón: recuerden la descripción y las loas que el Mano canta a una simple cafetera; el modo en que halla lo sublime en medio de lo ordinario —Paul Klee decía que no se era artista si no se era capaz de encontrar belleza en un botón de calzoncillo tirado en medio de un lodazal—y que se ven obligados a destruir y embrutecer todo lo que tocan. Seres creadores, es decir, libres: encadenados por el miedo y temerosos del miedo mismo (la glándula). Seres valientes y generosos devenidos en cobardes por una supervivencia egoísta que exige sangre ajena para perpetuarse.
En este marco aparece el amigo desinteresado que sigue los pasos del Jon. Casi es un fresco de lo que un Mano sería antes de su esclavitud.
La frase MÁS concluyente que marca la confluencia entre el Jon y el Mano, no es la que hace referencia a la mano de siete dedos o al pájaro sostenido al morir; sino la descripción metafísica, la poesía de su prosa, el modo en que —tanto el Mano como el Jon—ven la esencia del todo en la más pequeña de sus partes. Miren:
«“—Si uno sabe mirar, un solo pájaro…, un solo sicalo…, resume todas las bellezas de los mundos…”»
«—“Alcánceme esa escultura, por favor… en la gracia de ese cuello hay siglos de arte. /…/ Cada cosa irradia aquí milenios de inteligencia, milenios de arte, milenios de ternura…” /…/
Siguió hablando, al conjuro de sus palabras el abollado tarro de yerba, las cacerolas tiznadas, la desvencijada cocina de carbón, se tornaron en objetos únicos, más valiosos aún que si fueran alhajas sacadas de una tumba egipcia.»
No es que los personajes coincidan sólo en las características exteriores, coinciden, fundamentalmente, en su espíritu.
Además está la canción de cuna cantada por los Manos y el pájaro-infancia del Jon:
«“—El pájaro…, el sicalo… es los días perdidos, es la infancia… / Los chicos que cuidan pájaros están recordando, reviviendo, sin saberlo, los días perdidos, la infancia de la especie…”»
«—”Piensa en tu casa, ‘Mano’, en tu casa tan lejana, piensa en soles… qué hermoso era aquello… que hermoso es, ahora que yo regreso… mimnio… athesa… eioioio… mimnio… athesa… eioioio…”
De sus labios brotó una canción incomprensible, de ritmo extraño…
—“Parece un canto de cuna…”»
Máxime cuando recordamos que esta escena está precedida por la descripción, por parte del Mano, de todo el horror de desnaturalización al que los Ellos sometieron a sus esclavos (Gurbos y Cascarudos en forma inconsciente, pero los Manos están condenados a ver quiénes eran y en lo que los han convertido, y a asistir a su propia desnaturalización de forma consciente y brutal. Una alienación frente a la cual la única alternativa es la muerte).
Finalmente nos detuvimos en una curiosidad (que no es tal): el pájaro en poder del moribundo Mano o el equivalente del sicalo. Al final de la película de Ridley Scott, Blade Runner (la película basada en el libro de Philip K. Dick: ¿Sueñan los robots con ovejas eléctricas?) el androide, mientras se lamenta por no tener alma (y por el hecho de que todos sus recuerdos y experiencias se perderán en la nada luego de su muerte), toma una paloma en una de sus manos, la cual se escapa volando en el momento de la muerte del robot.
El pájaro es, universalmente, el símbolo no sólo de la libertad sino, sobre todo, del alma. Aparece como mensajero de los dioses (águilas y palomas entre germanos, iranios, persas, griegos y romanos) y como emblema del alma inmortal (Egipto, Grecia, Babilonia, Imperio Azteca, Pueblos Lacota —Sioux—, etc.).
Las aves se constituyen en efigies del «despertar», del «conocimiento-que-guía», de la «conducción hacia la luz» y de la «vida».
El hecho de que un pájaro sea albergado en el momento de la muerte, indica no sólo un paso, sino una triple visión: [1º] el alma o porción libre del Mano (aquella que la glándula del terror no puede envenenar y que los Ellos no pueden tiranizar: su espíritu), [2º] la libertad de la muerte para quien ha vivido en contra de su propia naturaleza (de artistas a lugartenientes, de constructores a destructores) y [3º] la comunicación o mensaje (una especie de «regreso a Gelo», al menos anímico).
Cuando les comenté la canción repetida por los Manos en el momento de su muerte, como un momento de libertad en el cual vuelven a ser ellos mismos, ya sin las cadenas del miedo; y les comenté que era una canción de cuna; una de las alumnas (una señora mayor) me dijo: “Es que en ese momento recuperan la inocencia perdida”.
Me pareció un buen colofón: la muerte, para un Mano, es nada más ni nada menos que un renacimiento. La agonía constituye un «volver a ser ellos mismos». Nada se dice si creen o no en una sobrevida, pero al menos esos minutos finales son un momento de gracia en el que retornan a su esencia: un Mano esclavizado por los Ellos nunca vive más que en el momento en que muere.
Y así el pájaro vuelve a tener sentido. En Babilonia, Acadia y Súmer, a la diosa del amor Ishtar, se le ofrecían tórtolas; luego, la tradición las vinculó a los recién casados y el cristianismo las adoptó como símbolo del espíritu Santo, el Amor de Dios. Incluso en el maniqueísmo chino tiene el mismo simbolismo. El pájaro, como emblema del amor, es también una respuesta del Mano al odio puro y cósmico de los Ellos.
Obviamente que el cuento es, para mí, no sólo motivo de estudio sino de gozo y es, creo yo, uno de los más sensibles y delicadamente profundos que escribió el maestro.
NOTAS ANTERIORES:
-Hablando del cuento "Una Muerte" de HG Oesterheld - Primera Parte
-Hablando del cuento "Una Muerte" de HG Oesterheld - Tercera Parte